La lengua oral formal


Castellá, J. & Vilá i Santasusana, M. (2005) La lengua oral formal: características lingüísticas y discursivas. En C. B. M. Vilà i Santasusana, J. Castellá, A. Cros, M. Grau, & J. Palou (Ed.), El discurso oral formal: Contenidos de aprendizaje y secuencias didácticas (pp. 25-36). Barcelona: Grao.

Los autores retoman los primeros planteamientos de oralidad y escritura, que fueron de carácter dicotómico entre la conversación cotidiana y la escritura académica. Dicha oposición da lugar a múltiples posibilidades combinatorias en situaciones de comunicación mixtas, en las que se producen textos que participan de las características de ambos modos, de manera que consideran pertinente que la relación entre oralidad y escritura, más que una relación dicotómica, consistiría en una relación gradual entre lo oral y lo escrito. Por ello presentan un panorama de investigaciones lingüísticas en torno a la oralidad y escritura, concluyendo que existe una serie de elementos contextuales que inciden significativamente en la forma final de los textos, por lo que ser transmitidos por un canal auditivo o gráfico no resulta completamente determinante (Castellá et al., p.26).
         Estos investigadores, abordan las características generales de la lengua oral formal, pues aseguran que requiere una elaboración más compleja y está más alejada de los usos coloquiales que los estudiantes suelen dominar (Castellá et al., p.29). Para ello realizan una caracterización por medio de una serie de rasgos de la lengua oral formal, como los rasgos contextuales, discursivos y lingüísticos. Los primeros son de carácter no universal y de aprendizaje escolar; acústicos, efímeros y producidos en tiempo real, y de contexto situacional compartido, con una comunicación relativamente unidireccional. Los segundos son lo formal y generalmente monologado; informativa, planificada y de tema frecuentemente especializado, y repetitiva y con una intervención fundamental de los lenguajes no verbales. Los terceros son el papel fundamental de los rasgos suprasegmentales; la aparición de elementos deícticos, interrogaciones, exclamaciones, interjecciones, anacolutos, elipsis, cambios de dirección sintáctica, etc.; y corrección normativa y uso de la variedad estándar. Estas características pueden tener concreciones distintas, según el género discursivo que se emplee la lengua oral formal (Castellá et al., p.32).
          Asimismo, afirman que la falta de estudios lingüísticos sobre oralidad ha estado unida a una visión peyorativa, atribuyéndole un carácter simplista, de pobreza gramatical y estructural de la lengua oral, pero que de igual modo algunos autores lo han cuestionado. Para evidenciar lo contrario, se refieren a las características sintácticas y cohesivas de la lengua oral formal, evidenciando el contraste en el modo del registro, en donde existe un predominio del sintagma verbal en el discurso oral y uno del sintagma nominal en el escrito.
          Finalmente, los autores recapitulan lo abordado en el capítulo y afirman que la perspectiva de los géneros discursivos es la que permite concebir de la mejor forma el espacio de la lengua oral formal, en donde comparten unas características comunes como la planificación del contenido, el valor del contexto, la importancia de la prosodia, entre otras cosas.
         El foco de lectura de este texto radica en la gradualidad con que es presentada la relación entre oralidad y escritura y que nos permite a nosotros como futuros docentes distinguir un intermedio para poder abordarlo en la escuela, pues se debe enseñar oralidad en la escuela de acuerdo a rasgos característicos de la oralidad y no precisamente a rasgos propios de la escritura. Por lo que conocer teóricamente características específicas de la lengua oral, como los rasgos contextuales, discursivos y lingüísticos, nos permite a nosotros poder realizar reflexiones metacognitivas en torno a las repercusiones que la lengua escrita tiene en la oral y pensar en cómo se podría enseñar en la escuela.  De modo que comprender la oralidad en el aula es relevante para que no creemos sesgos en el habla de nuestros estudiantes y no sigamos reproduciendo modelos normativos de la lengua, ni mucho menos evaluemos su modo de hablar con rasgos característicos de la escritura.
      En relación al texto, nos parece interesante lo expuesto por los autores, ya que nos permite conocer y acercarnos teóricamente a cómo se presenta la oralidad en la enseñanza y el aprendizaje. Sin embargo, lo realizan de un modo muy abstracto, sin evidencias concretas y prácticas de cómo poder enseñarlo en el aula, sino más bien como un análisis de los rasgos orales en la sociedad, lo cual complejiza la comprensión a personas que no están relacionadas al estudio lingüístico de la oralidad. Gente especialista en lingüística puede entender los conceptos y las propuestas, pues se utiliza terminología acorde a la disciplina, sin embargo, quien no esté relacionado con dicha área, se verá en la dificultad de no saber abordar el capítulo en el aula, pese al enfoque didáctico que tiene. Teniendo en cuenta que la oralidad es un rasgo de todas las materias, pues es a través del lenguaje que se transmite y genera el conocimiento, sería bueno un planteamiento que aborde la oralidad desde el punto de vista de diferentes disciplinas, con el foco, como hemos dicho más arriba, puesto en la gradualidad legítima que existe entre la oralidad y la escritura.

Luis Herrera

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